En la orilla este del lago Halensee, allá donde termina la
imponente Kurfürstendamm, estuvo situado entre 1909 y 1933 el mayor parque de
atracciones de toda Europa: el Luna Park.
A principios del siglo XX existía en esa zona una casa de huéspedes
llamada “La Terraza en Halensee”, un lugar de recreo decorado con arquitectura
al estilo oriental que contaba con una zona pública para bañarse. Un paraje
excepcional para que los domingueros que venían de un paseo por Grunewald pudieran
relajarse y refrescarse un ratito. Ya entonces el espacio contaba con
un tobogán de agua y algunos puestos de venta.
En 1909 el hotel fue adquirido por el restaurador August
Aschinger y el chef del Hotel Kempinski, Bernd Hoffman, encargados de llevar a
cabo una espectacular reforma del solar hasta convertirlo en un parque de
atracciones. Para ello se inspiraron en el Coney Island de Nueva York y lo
dotaron de las atracciones típicas de la época. El tobogán fue ampliado para
terminar en el lago, se construyó una montaña rusa, también una “Rueda del
Diablo”, un Cakewalk, columpios giratorios, así como la primera piscina de
oleaje artificial de la historia. Una de las atracciones más famosas era, no
obstante, la escalera temblorosa (Shimmy-Treppe), la que, con más o menos
destreza, atravesaban los más audaces no sin antes llevarse un buen soplo de
aire.
Como Joseph Roth describía en uno de sus artículos extraído
del libro “Crónicas Berlinesas”: La
diversión se torna aquí insensata, la absurdidad hiperbólica, la juerga agotadora
e inofensiva a un tiempo. Hay máquinas infernales que, más que despertar la alegría,
provocan un sudor amargo: un disparate piramidal que trata de superar su propia
cumbre. La diversión poco exigente se convierte en caricatura de si misma. ¿No
es curioso que alguien que desea pasarlo bien decida subir por la escalera
insegura al escenario de una banda de Jazz, se quede torpemente en el medio, no
pueda subir ni bajar y, en lugar de reírse de él, se convierta en el hazmerreír
de la gente?
Para los ratos de tranquilidad y para los menos osados, el
parque contaba con teatros y varios escenarios donde las bandas de Jazz
amenizaban el festín o donde se escenificaban cabarets, también se celebraban
concurso de baile y combates de boxeo. Y cada noche terminaba con fuegos
artificiales.
El éxito del Luna Park fue rápido ya en sus primeros años de
existencia alcanzó a recibir a 50.000 personas al día. Tuvo que ser
clausurado durante los años de la Primera Guerra Mundial. La inflación que
aconteció tras la Gran Guerra a principios de los Años 20 hizo mermar su gloria
y no fue hasta 1928, cuando se realizaron varias reformas, cuando volvió a ser
relanzado, para caer de nuevo en desgracia al llegar el Crack del 29.
En 1935, con miras a la celebración de las Olimpiadas en
Berlín, fue completamente demolido por los nazis que lo consideraban una
monstruosidad occidental. Hoy en día la zona es atravesada por una autovía.
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